MI ATOLÓN DE CORAL

 

Nueva vida de esperanza.

Pasó por la agencia a recoger el pasaje. Ya tenía todo dispuesto y era el último requisito que le quedaba. Echó una triste mirada a la qué había sido su casa, recogió las maletas de mano con lo indispensable, y se dirigió en un taxi, hasta el puerto dónde estaba el barco, que la llevaría a su nuevo destino.

Subió por la escalerilla y se dirigió al camarote dónde dejó las bolsas y maletas; salió a cubierta. Estaban todos los pasajeros asomados a la barandilla diciendo adiós a sus familiares. El barco empezó a maniobrar para salir del puerto tocando las sirenas. Todos empezaron a agitar los brazos en señal de despedida. Ella timidamente, también movió su mano y pensó ¿para qué?, si nadie respondía a su despedida. Se le saltaron las lágrimas. Un nudo se le puso a la altura del esternón y tuvo que tragar saliva varias veces, para bajar la especie de bola que le atenazaba la garganta. Decía adiós a la ciudad en la que había vivido toda su vida, momentos buenos: su infancia, su juventud, sus padres, su amor… y momentos malos: la perdida de sus padres y el desamor. Nada la retenía allí. Decía adiós…

Salía de una relación que aún habiendo sido maravillosa, poco a poco, había terminado; se encontraba perdida, y después de mucho pensarlo, había tomado la determinación de dar un giro total a su vida. Ella pensó: a partir de ahora tu única compañía, al menos de momento, eres tú y tu soledad. Tienes que aprender a convivir contigo. Lo hizo, no le resultó difícil. Aprendió a conocerse mucho más a fondo. A veces se pasa de puntillas por la propia vida, sin analizar.

La travesía iba a ser larga, el barco disponía de cines, piscinas y unas hamacas estupendas para leer al sol; mientras, de cuándo en cuándo, perdía sus ojos en el horizonte azul, dónde se confundía el cielo con el mar y… pensaba.

Se arreglaba todos los días para bajar a cenar y estaba haciendo alguna que otra amistad de viaje, alguien con quién cambiar impresiones. Cuando se quiso dar cuenta, habían pasado los días y se encontró en su nuevo destino: Bombay. Fue a dejar el equipaje al hotel. Cogió su carta de presentación y se dirigió a la empresa, dónde tendría ahora su puesto de trabajo, si no existía algún  inconveniente de última hora. Le dijeron que podía empezar la  semana próxima.

Se dispuso a buscar un apartamento dónde establecerse. Lo encontró y colocó sus cuatro buenos recuerdos, que le hacían centrar un poco, de dónde venía. Empezó su nueva vida con ilusión.

 En el departamento de software, dónde trabajaba, enseguida congenió con los compañeros. Había pasado algún tiempo, cuando un fin de semana al terminar la jornada, la invitaron a casa de unos amigos que celebraban una fiesta. Vivían en una pequeña isla cercana.  Aceptó, ¿por qué no? y se encontró con una gran familia, era tan agradable aquella casa que todo el mundo tenía cabida. La diversidad cultural, genética y ligüística del país, lo hacía todo más fácil. No se sentía extraña.

Celebraron la comida en el jardín. Había muchos niños correteando. Cuando menos lo esperabas, alguno se abrazaba a tus piernas cariñosamente, para después soltarse, y salir corriendo.

Le presentaron a todos los de la casa, y entre ellos a un amigo de rasgos totalmente indúes, piel dorada terrosa, tirando a oscura y ojos profundos, pero muy tristes. Le contaron que acababa de quedarse viudo y que dos niños de los que correteaban eran hijos suyos. Cenaron juntos y hablaron poco, pero era exquisitamente atento y educado.

Le gustó tanto la experiencia, que iba con bastante asiduidad, se encontraba bien y relajada. Se reunía siempre con Ranjit y sus hijos, eran niños sanos y llegó a quererles. Su amistad iba en aumento cada día que se veían y les molestaban las ausencias. 

No era hombre de muchas palabras, pero hablaba con los ojos, no engañaba, miraba y creías cualquier cosa que dijera. Desprendía bondad y verdad.

Un día cuando ella estaba cogiendo sus cosas para irse, le dijo: «Quédate a mi lado, los dos estamos solos, nos haremos compañía».

No le pareció descabellada la oferta, lo pensó y le preguntó: ¿Qué haré yo aquí?

«En principio estar a mi lado y luego buscar trabajo, si lo necesitas. Te ofrezco mi casa, mis hijos y mi entera amistad. Todo lo que tengo es tuyo.»

No supo porqué, pero se quedó.

Han pasado más de dos años desde entonces, y puede decir que acertó plenamente. Trabaja en la isla y vive con un hombre integrado en su  vida, como ella está en la suya. Están pendientes el uno del otro y los dos, de los niños, que viven felices. Todo en él es amabilidad. Se siente querida, protegida, valorada, amada… Poco a poco, día a día, puede decir que están impregnándose de un amor, que va surgiendo sin darse cuenta. Viven plenos de felicidad en un mundo apartado, instalados en su particular «atolón de coral».

 

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2 respuestas a MI ATOLÓN DE CORAL

  1. alpuymuz dijo:

    ¡Ea… el atolón!…
    Bonito mundo… todo muy natural.
    Está muy bien.
    Besos

  2. gato dijo:

    Me gusta que te guste. Es para perderse allí. Un beso

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