Todo surgió un día cualquiera cuando me encontré con una conocida y nos paramos para saludarnos, porque pese a vivir en la misma ciudad e incluso en la misma zona, hacía tiempo que no nos veíamos.
- Hola Rosa, cuánto tiempo…
- Pues sí, hacía mucho que no coincidíamos. Cómo te va la vida?
- Bien, ahora vengo de la Residencia de Ancianos que me he hecho voluntaria y no sabes qué bien me va!
- Ah sí! Desde cuándo? Qué hiciste?
- Nada, fui me apunté para colaborar y voy dos días a la semana, si quieres puedes ir tú, necesitan gente. Toda ayuda es poca
- Nooo, no tengo tiempo y no me puedo comprometer…
Nos despedimos y así quedó la cosa, pero pensándolo, al día siguiente, casi sin darme cuenta, estaba paseando por delante del edificio diciéndome: entro, no entro…venga entra! Y allí me presenté.
Me recibieron unas monjitas muy agradables y me preguntaron que qué quería hacer? No sé, ayudar en algo… y me enviaron a una sala llena de personas mayores. Unos hablaban; en una mesa había muchas señoras jugando a las cartas, me sonrieron y me dijeron: quieres jugar? Estuve allí un ratito haciéndome cargo de la situación y enseguida me fije en un señor sentado en una silla de ruedas, que miraba sin apenas pestañear, el paisaje que le ofrecía el ventanal dónde le habían colocado.
Me acerqué, me miró y …me ganó.
Tenía unos ojos azules, risueños, pero tristes. Era moreno, delgado, muy aseado y me hizo gracia el que todos estaban en jersey, chándal, etc…El no, iba con traje, corbata y la camisa impoluta. Puedo? Le dije señalándole la silla que había a su lado y me senté con él. Fue sencillísimo, enseguida conectamos y empezamos a hablar de su vida, de la mía, de cómo había llegado allí y aunque se veía que no era un hombre muy culto, a mí me llenaba de enseñanzas. Me hacía sentir bien, incluso el resto del día pensaba en él.
Hablaba de las cosas con resignación, aceptaba sin resentimiento su situación, era un senequista de la vida y yo creo que le aportaba esa poquita dosis de ilusión que necesitaba para seguir perteneciendo a este mundo.
Cómo estás Pedro? Qué quieres que hagamos hoy? Me miraba se reía y me decía: estar juntos, cuéntame algo de ahí fuera, háblame! Y me miraba con sus ojillos, a veces vidriosos, otras risueños, pero siempre agradeciéndome sin palabras todo y estrechando cada día más nuestra amistad.
Llegamos a ser muy, pero que muy confidentes y a necesitarnos mutuamente.
Llegó el mes de julio y le dije que iba a faltar todo el mes y entonces hicimos muchos planes para la vuelta. Con su consentimiento pedí permiso a la encargada para poder dar un paseo hasta la playa y el último día antes de mis vacaciones, lo llevé al paseo marítimo y mirando al mar, se quedó mucho tiempo en silencio.
Que haces Pedro?
Soñar!!!
Yo empujaba su silla, apenas pesaba y él no se cansaba de observar todo y de comentar.
Nos despedimos con un fuerte abrazo y me miró sonriendo a través del cristal hasta que me perdió de vista, yo le saludé con la mano y sentí que se me humedecían los ojos.
A últimos de julio, llamé para hablar con él, lo hacía con alguna regularidad y me contestaron que estaba en el hospital. Al día siguiente ya no estaba.
Asistí a su último adiós. Estuve a su lado comunicándonos por última vez. Yo sé que él se enteró y me lo agradeció muchísimo.
Todos los días le recuerdo y sigo viendo aquella sonrisa premonitoria que creo que presentimos y entendimos los dos.
Para ti estas flores que tanto te gustaban.
Lo has descrito de tal forma como si la hubiera contado. Me hace recordar esas horas antes, esas miradas en las que le decía a mi padre sin palabras se que te iras, igual sentía que me decía: sabes que me voy. Así fue la mañana del 26 de diciembre pasado. Lindo, como siempre.
Siento lo de tu padre, no lo sabía y te agradezco tu comentario. Muchas gracias Carmen. Un abrazo.