Buscó la bolsa de piel marrón oscura que había adquirido en su último viaje a Paris.
Metió casi a puñados lo justo: dos pantalones, dos camisetas, unos zapatos y ropa interior.
Hizo un recorrido visual por toda la habitación. Allí estaban todos sus objetos y adornos personales colocados con esmero y que habían dado contenido a su vida. Todos tenían un pedacito de historia.
Pensó en llevarse algo y rápidamente deshecho la idea. Para qué? si lo único que deseaba era no recordar nada. Todo eran reliquias de tiempos oscuros.
Bajó con sigilo la escalera y ya en el zaguán buscó la salida. Iba aturdida.
La puerta de doble hoja con los elegantes cristales policromados de mil colores alegres, le parecieron teñidos de gris y encima chirriaba.
Salió al jardín, cruzó la verja y una vez alcanzada la acera exterior suspiró y respiró el aire puro con que le obsequiaba la noche. Avanzaba y se le antojaba que las farolas bailaban a su paso y el bullicio de la gente paseando de forma festiva amortiguaban la llamada de su cerebro, que de forma machacona toc- toc- toc se asomaba a su presente para preguntarle: qué estas haciendo? Ay, déjame!
En unos instantes se giró y quiso dirigir una última mirada de despedida a su casa donde había tenido momentos felices y…no tanto y vio la silueta iluminada por el resplandor de la luna. Qué bonita lucia!
También creyó ver en esa misma luna una mirada triste, de ojos sollozantes y vidriosos, quizá, recordando tantas y tantas conversaciones silenciosas mantenidas a través del balcón o de la ventana, en numerosas noches estrelladas. Nadie la conocía como ella. Sabía toda su verdad. Esa verdad sin velos, ni filtros, sin tapujos, que solo se confía a quien sabe guardar los secretos.
Por unos instantes se paro, titubeó, pensó en retroceder, desandar lo andado, pero se le representó la fotografía de los últimos instantes vividos que llevaba clavada en la retina y que le traspasaba el corazón y dándole una patada mental a la melancolía aceleró el paso siguiendo el destino elegido.
Esta vez sí!!!
Y oyó como un coro triste de ángeles amparaban su difícil decisión partiendo hacia la deriva.